En cualquier rincón del universo Internet podemos consultar lo
que se dice de la prima de riesgo, cuando se trata de hablar economía: “es la diferencia
entre la rentabilidad de la deuda pública de un país y la rentabilidad de la
deuda pública de Alemania, para el mismo plazo”. Dicen que compara el riesgo de
impago de la deuda de cualquier país y de Alemania. Así que cuanto más alta su prima de riesgo,
más alta es la probabilidad de impago de la deuda de ese país…
Hasta ahí casi todos entendemos el objetivo del juego. Pero,
¿cuántos conocemos sus reglas?
Cuando hojeo mi sencillo “Manual de introducción al seguro”
(aquel que compré cuando me dijeron que me asignaban un proyecto de
seguros), lo que define sobre la prima de riesgo, relativa al seguro de vida es:
“la parte de la prima destinada a cubrir exclusivamente la posibilidad de
muerte del asegurado”.
Ahí ya nos vamos enterando de algo más, puesto que todos sabemos
lo que es la prima que pagamos, también sabemos lo que es un seguro de vida, y sabemos, o
eso nos imaginamos, lo que es la posibilidad de muerte del asegurado.
Y aunque hablemos de la muerte, no parece que nos sintamos tan
manipulados. Nos importe más o menos, existen unas tablas de mortalidad elaboradas
tras muchos años de estudio y observación de la población, y que reflejan la probabilidad
que tiene una persona de morir, dependiendo de su edad, sexo, residencia y un etcétera
no tan largo. Lo que no incorporan estas tablas es la influencia del doctor que
va a supervisar tu caso cuando se trate de salvar tu vida.
Volviendo a la economía, ya llevamos unas cuantas temporadas
sintonizando el mismo canal a la misma hora, para contemplar al doctor House unas
veces empezando por el Lupus, otras veces aplicando antibióticos de amplio
espectro y de vez en cuando sugiriendo el síndrome de Münchausen.
Eso sí, mientras el doctor House salta de enfermedad en
enfermedad y ensaya y erra en su macro-laboratorio, la prima de riesgo del
paciente se monta en el coche de Felipe Massa por unas calles de Montecarlo abrillantadas por
la lluvia, y traza sobre el papel una sierra cuyos dientes ya los hubiera
querido éste que os escribe antes de comenzar esta juvenil ortodoncia pasados
los 35.
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