jueves, 1 de agosto de 2013

Sólido, líquido, gas. Vuelta a empezar

Reflexión sobre la química de un sueño cumplido...

El misterio es saber de dónde nace un sueño, ¿del vacío silencioso en vigilia de la nada o de la tierra fértil en espera ser cultivada para devolver a las manos agrietadas el fruto de su trabajo? Nadie lo sabe, pero un día el sueño llega por correo certificado, disfrazado de paquete sorpresa, sólido e inerte, esperando a que le cortes el cordón umbilical y así empezar a respirar por sí solo con ritmo díscolo y desenfrenado.

Y mientras te decides a cumplirlo, el sueño permanece ahí, inmóvil y sólido, paciente pero presente, ocupando un lugar que ningún otro paquete sorpresa podrá ocupar. Porque mientras sea un sueño, mientras sea tu sueño, le pertenece su lugar en tu estantería.

Sólido, como el sentimiento sólo sentido, sólo pensado, jamás contado y ni mucho menos expresado. Tan sólido que lo puedes tocar con las manos y sostener, y controlar, y ocultar, y decidir qué hacer con él.

Pero un día te levantas y decides sacar al sueño de tu estantería, y desempolvarlo. Sabe Dios cuánto tiempo llevaba ahí, callado por fuera aunque murmurando por dentro, reclamando una decisión sobre su destino, para bien o para mal, porque todos los sueños no son tan dichosos de tener el campo abierto para corretear.

Y decides poner a rodar a tu sueño, y lo que antes era sólido, inmóvil e inerte, se ha convertido en un líquido travieso que se te cuela entre las piezas de un puzle que estaba completamente encajado. Pero aún así puedes dirigirlo y vigilarlo, llevarlo por caminos apropiados para que no se escape ni una sola gota de la esencia que lo hizo nacer del vacío silencioso o de la tierra fértil en espera de ser cultivada.

No sabes lo largo que puede ser el camino. Ni sabes si te llegarán las fuerzas para completarlo. Ni siquiera sabes si realmente hay un camino para llevar a tu sueño, sueño líquido, vivo e inquieto al lugar que un día le dijiste que sería su ansiado paraíso. Pero eso no importa. Es tu sueño, y si la niebla cierra tu camino o la luna nueva se despierta otra vez traviesa por la noche, te abres paso entre una incertidumbre que en ciertas ocasiones se pone a jugar a tu favor.

Líquido, como el sentimiento sólo contado, sólo escuchado, jamás demostrado y ni mucho menos concebido. Tan líquido que aunque lo quieres mantener entre tus manos, tiene tantas ganas de escapar y tantos huecos para hacerlo que es un desafío mantenerlo unido para evitar que sea libre del todo.

Luchabas tan fuerte que realmente olvidaste cuánto quedaba para la meta. Subiste al lugar sagrado donde las palabras se escuchan de cara y el vértigo te privó de disfrutar del instante, porque creíste que ese instante no te pertenecía. Y atravesaste la meta a tanta velocidad que no gozaste del éxtasis del ganador que con brazos extendidos abraza su victoria. Y lo que antes era líquido, vivo e inquieto, se convirtió en una nube de gas, como la que dejan los magos justo después de haber realizado su último truco. Y ya no puedes ni tocarlo si sujetarlo, ni dirigirlo ni vigilarlo, porque el sueño, ya cumplido, ha pasado a un estado que nunca sabrás si es real o ficticio, aunque habrá dejado tras de sí una estela inolvidable.

Y después de comprobar que no ya queda nada en la habitación y bajar la persiana, apagas la luz y miras hacia atrás para añorar lo que nunca tuviste, y recordar lo que ya no puedes distinguir entre la obstinada oscuridad. Tienes que tirar de la puerta con firmeza porque el vacío se resiste a quedar encerrado y vivir entre paredes de olvido, únicamente ocupadas por sueños cumplidos que en forma de gas tratarán de escapar de entre sus ladrillos.

Gas, como el sentimiento sentido, pensado, contado y demostrado. Y concebido en la fusión de dos voluntades que saben lo que hacen, y hacen lo que saben. Tan gaseoso que sólo podrá ser percibido, pero nunca más tocado o sostenido, controlado u ocultado, dirigido o vigilado.

El día después de cumplir un sueño no resulta fácil fijar la mirada en algún punto del paisaje, porque el horizonte mismo se ha retorcido para coger una nueva postura, y con él ha arrastrado todo lo que tenía por encima y por debajo. El día después crees que le has dado la vuelta al reloj de arena y te das cuenta que lo que ha volteado es la propia mesa que lo sostenía.

Vuelta a empezar. Con el vacío silencioso o con la tierra fértil en espera de ser cultivada. Sin un sueño, o con tantos que no distingues la diferencia. Quizás sea un buen momento para cambiar y, como dice alguien a quien guardo en un lugar privilegiado, ser feliz haciendo aquello que te haga sentir bien a ti mismo.

Una buena manera de empezar es practicando aquello de "aprovechar el momento", o para que quede más retórico, practicando el "Carpe Diem". Y ya que ahora voy a estar otro lado del charco, lo voy a practicar en inglés: "Seize the day".