Aquel 13 de octubre
de 1992, un día después de clausurar con éxito la Expo’92, España se levantaba
con una ración de crisis como opción única de desayuno. A palo seco, sin leche
y sin zumo. Con lo mal que se comen las madalenas resecas cuando no tienes
nada para mojarlas. Nada se supo, ni un
día, ni una semana, ni un mes, ni un año antes. Nadie habló de la crisis hasta
que ya estábamos dentro de ella. Me recuerda a aquella historia de Gila que empezaba
diciendo “cuando yo nací mi madre no estaba en casa”. Alguien cayó en el error de
pensar que la influencia económica de la Expo y de los Juegos Olímpicos, sumada a la
concentración de eventos de todo tipo que ocurrieron en el 92 nos iban a sacar
de la crisis sin apenas notar que ni siquiera habíamos entrado. Los errores se
perdonan, pero…
En los proyectos de TI, en general, ocurre lo mismo. Todo
transcurre según dice la planificación hasta que alguien llega y se pone a
revisar el avance real y los hitos que se han cumplido. Y de la noche a la mañana,
pasamos de tener un proyecto que se encuentra en fechas a tener un proyecto que
tiene que retrasarse un año. Y lo más curioso de todo, no suele ocurrir nada. Alguien
cometió el error de creer que el retraso que se estaba acumulando a lo largo de
las semanas se podría recuperar en el último mes del proyecto, y que los
usuarios tragarían con cualquier cosa con tal de tener su producto en
producción. Los errores se perdonan, pero…
Días antes de su hundimiento, las mismas agencias
de calificación que hoy nos condicionan con sus predicciones, mantenían la AAA sobre Lehman Brothers, y de igual modo mantuvieron la misma calificación, hasta el mismo
día de su quiebra, sobre el sistema financiero islandés. Algunos incurrieron en el
error de imaginar que las pérdidas de los unos siempre se podrían compensar con
las ganancias de los otros, como imaginó Madoff en una patada hacia delante que
le duró 40 años. Los errores se perdonan, pero…
Y aunque nos sobren los ejemplos, errar es de humanos, como
siempre se ha dicho. Sin embargo, lo que se exige no es que todo se
consiga siempre a la primera, porque eso, sencillamente, a veces no es posible. Lo que
se exige es que los errores que cometemos sean reconocidos a la primera, y
no dejar que el error se haga más grande o sea tapado por otro de mayores
dimensiones.
Porque cuando ocurre esto, ya no es error, es sorpresa. Y
los errores se perdonan, pero las sorpresas no.