Algunas noticias se convierten de manera inesperada en
señuelos que no hacen más que enredar, y consiguen sonsacar lo que a la mente
le ronda. Pero como tantas otras veces, sucede que la inspiración prefiere
sentarse para ver sin compañía “La vida es bella” tras el cristal empapado de lluvia, en vez de ver “La vida de Brian” con la carcajada castigando la tripa.
Y es que las redes sociales son auténticas devoradoras de
noticias. Son máquinas de vapor insaciables que transforman en movimiento mediático
todo lo que se acerca a la caldera. Lo curioso del fenómeno es que hay noticias
que desprenden una energía exagerada si la comparamos con el hecho que tienen
detrás. Y “al verrés” (como diría un amigo mío), también hay noticias que se consumen
como finos palos de cerrilla aunque los sucesos que revelan deberían estremecernos desde el primer instante en el que somos conscientes.
Pero ahora, pasado un tiempo, ya han madurado las brasas del fuego
de algunas noticias, unas noticias que sin pretenderlo coincidieron en un pequeño
intervalo de tiempo. Por eso, ahora, sirven mejor de señuelo para sonsacar lo
que a la mente le ronda.
En el pensamiento de un niño corretean todas las ilusiones.
Cuando el río es delgado y joven, desafía las leyes y las
fórmulas que una vez supimos aplicar de memoria. Unas veces hacia un lado,
otras, hacia el otro. Subir una pendiente en el descenso natural del agua nunca
fue un obstáculo para curiosear y regresar al camino sin perderse. Y proseguir,
porque el camino inicial de un río delgado y joven casi siempre está escrito
desde el primer hilillo de vida.
En el pensamiento de un adulto, aquel en que nos convertimos
cuando creemos que podemos dar más consejos de los que debemos dejarnos dar,
nos resulta difícil reconocer cuáles de las ilusiones que aún engordan nuestra
almohada fueron dibujadas con la mano imperfecta de la niñez. A veces nos
cuesta recordar tanto cómo queríamos ser de mayores, que creemos que llevamos
demasiado tiempo sin cumplir ningún sueño.
Cuando el río se hace ancho no siempre elige el camino más
corto entre dos ciudades. A veces termina rodeando con sus brazos sueños
imposibles, trazando nudos de garganta que sólo se pueden deshacer volviendo al
llanto del niño, tan delgado y tan joven como cuando desafiaba las leyes y las fórmulas que
una vez supo aplicar de memoria.
Pero somos tan fugaces como eternos quisiéramos ser.
El río no sabe cuándo acabará el camino,
el río no sabe dónde volcará su carga,
el río no intuye que entre el valle y la montaña
encontrará la huella de su doble destino.
Así, tampoco evito pensar que en un viaje pueden existir dos
destinos: ese al que queremos llegar, y ese del que cuando uno parte, nunca
sabe si volverá a tocar.
Durante las tres horas y cuarenta y ocho minutos del último concierto en Madrid de “The Boss” hubo tiempo para
el recuerdo de un joven que no pudo cumplir el sueño de ver a su ídolo sobre el
escenario. Aunque quizás sí, quizás supo que estaba cumpliendo su sueño desde el preciso momento
en que sus padres le regalaron las entradas. Y Bruce lo culminó dedicándole “The
River”, aunque el joven estuviese presente de otra forma, como una gota de río en el océano.
Con verter una sola gota, el río seguirá
siendo río en el océano. Culminando los sueños de los nuestros, conseguiremos que
sean eternos. Y soñando, y jamás cesando de hacerlo, nosotros, también.