Quizás el camino se encuentre en Google.
No hace falta más que acercar las palabras “Luna nueva” a la
sabuesa nariz de Google para que empiece a mover la colita. Y como si ésta
fuera la hélice que impulsa su instinto, se dirige con ladridos digitales, a veces más humanos que muchas
voces del mundo real, hacia una madriguera repleta de resultados deseados y no
deseados, rebuscando nuevamente en la realidad que nos ha tocado vivir.
En esta ocasión me van a tener que disculpar los seguidores de
la saga Crepúsculo, porque en la búsqueda de la luna nueva no se encuentra nada
que tenga que ver con las aventuras de la bella Bella. Todo esto sin ocultar mi
sorpresa al comprobar que es una saga que ha atraído a jóvenes, adultos y algo-más-que-adultos,
cada uno poniendo sus excusas para sentarse delante de la pantalla, excusas que en
su gran mayoría son tan irracionales como las que ponemos después de habernos
llevado a la boca una onza de chocolate.
En esa búsqueda tampoco se van reflejar los aficionados, entendidos
y profesionales de la astrología. Cierto es que me gustaría preguntarles si
existe una enigmática relación entre las fases lunares, los signos del zodiaco
y las palabras que se vierten sin filtro alguno desde las fauces de una clase
política que únicamente está preocupada por mantener su estatus inalterado.
Pero eso formará parte de otra cruzada, que tiempo habrá para ello.
Y aunque pueda resultar extraño, la búsqueda no me ha hecho retroceder más de 40 años atrás en el tiempo para recordar al legendario Neil
Armstrong dando sus primeros pasos en una luna tan nueva para la Humanidad como
antigua para la Tierra. En esa luna nueva, como en tantas cosas que hacemos los
humanos, nos dejamos el alma con la única ambición de pisar primero y dejar
huella, para luego, después, no hacer nada.
Pero no siempre aparece la luz que estamos buscando. Nos
hemos colocado tantas de veces delante de la página principal de Google con una
idea clara de lo que buscábamos, que nos frustramos cuando no tenemos la fortuna
que creemos merecer para dar con la combinación perfecta de palabras que nos
guíen en la oscuridad hacia nuestra anhelada pista de aterrizaje.
No, el camino no está en Google.
Para una ilusión frágil y desconfiada no es bueno comprobar
cómo pasan los días y la luna se divierte y juega. Tan pronto emerge sonriendo en
compañía de la noche, como se cruza en mitad del día pasando de puntillas por
delante de nuestra terraza. Tan pronto se agiganta en la malvada frontera que
separa al cielo del suelo, como pretende confundirse entre las estrellas anónimas del firmamento.
Mas, cuando no aparece, la esperanza se envenena. Ni aun sacudiendo
los cuatro puntos cardinales hay rastro de su presencia. Ni siquiera se asoma poniendo
tierra de por medio con una ciudad cuyas luces nos quieren hacer creer
cruelmente que la hemos encontrado. Tampoco sirve de nada repetir el ritual que
nos condujo hacia su guarida la última vez que la vimos mostrarse.
Ya casi no recuerdo cuándo fue la última vez que me devolvió
la mirada, detrás de su velo de misterio,
sonriendo con mejillas infantiles y ojos de dibujos animados. No hace tanto tiempo, pero casi no lo
recuerdo.
Y no sé cómo lo hace, pero siempre me termina sorprendiendo.
Continuamente estuvo ahí, y aun en la oscuridad, nunca dejó de mirarme, silenciosa y
prudente, cuidando de no cegarme cuando lo fácil habría sido lo contrario. Enseñándome
que en la lucha por encontrar las palabras que perfilan a un sueño se halla el camino que lo hará realidad.
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